Reflexiones quijotescas y tristes

El día que me inventé a Dulcinea fue, sin duda, el mejor día de mi vida. Podremos discutir ahora si es conveniente o no para seguir la dieta de salud mental que me han recetado. Pero sepan que cuento con una defensa tan amplia como estoica. Diremos: «Dante también se inventó a Beatriz», y nos quedaremos tan anchos. Escribiremos libros, contaremos historias al raso, beberemos licor de manzana. Ustedes se reirán, es lógico. Pero deben saber que no es fácil vivir siempre mañana, como la hormiga que asesinó a la cigarra porque ésta entorpecía su trabajo. Fue justo en ese momento: la chicharra nos prestó su último estertor y la asesina, lejos de su colonia, se nos hizo mayor. Por tanto, crecer es vivir mañana y enamorarse es ver cómo Beatriz se destruye la vida esnifando quién sabe qué. Pobre Dante. Él no podía imaginar que la humanidad giraba hacia Bocaccio, fornicando como decamerones sin alma. La gente no busca divinas comedias porque no quiere ni oír hablar del infierno, un sabio como él debió intuirlo. Llámalo Decamerón o Cincuenta Sombras de no sé qué, poco importa. Cuando alguien mira dentro quiere ver a otro porque para verse a sí mismo ya tiene bastante con las esquelas de los periódicos. Hubo un tipo que se inventó un poema para honrar a su padre pero no sabía que las coplas iban dedicadas, primero, al propio autor y luego a la generación de hoy, muerta antes de haber sido generada. Y, cuando echan la vista atrás, sólo ven a Dante y a Bocaccio y a Petrarca y al tío de las coplas… tienen que echar la vista adelante, asustados, porque Beatrices hay muchas pero Beatriz sólo una. Yo tardé en contemplar a Dulcinea porque tardé en comprender que las sábanas están ahí para ser ensuciadas. Por todo esto perecieron los autores medievales más célebres. Por todo esto pereceremos todos. Creo que hay tormenta fuera, y por las llanuras de La Mancha ya no dejan transitar a los gigantes como a estos les hubiera gustado. «Hay que llevar un control», les dijeron. Y estos, apesadumbrados, vivieron ayer (que es todavía peor que vivir mañana). ¿Es que acaso no entendemos que para ser molino hay que ser libre? ¿Es que acaso no comprendemos que lo peor es un molino que quiere pero no puede creerse gigante? ¿Qué haremos cuando se extingan? Alguien tiene que salir ahí afuera y explicarle a la gente que hoy, mañana y pasado no son objetos temporales porque «tiempo», según la RAE, implica «duración». Por todo esto, la gente vive mañana. Por todo esto, el día que me inventé a Dulcinea fue, sin duda, el mejor día de mi vida.

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RESACOSO ADÁN

El día que estuvimos a punto de morir fue el mejor día de nuestras vidas. ¿Habría valido la pena pasar por esto sin el recuerdo de aquel mordisco?

Han pasado más de cien vidas desde entonces. Casi un millón de fracasos. Yo, Adán, tan polvo de arcilla, tan moldeable. Aquí me tienes, escuchando discos de Dire Straits y comiendo tomate verde, como un gilipollas que todavía te quiere después de tanto tiempo. Parirás a tus hijos con dolor, dijo aquel tipo. Lo que él no sabía entonces es que la vida es sórdida de entrada, como decía Michi Panero, casi tan jodida como la que nos obligó a creer que vivíamos. No, Eva. No es «por culpa de» sino «gracias a» que hemos llegado hasta aquí. Y sólo tú sabes que hubieras saboreado catorce veces más esa fruta. Porque mañana, cuando ya no queden lágrimas que justifiquen lo sufrido, te quedará el pecado como única razón. Y hemos criado un hijo que es un canalla, otro que es un pánfilo y cien que no son nada. Y a esto mañana lo llamarán «humanidad», y dejarán que se pudra entre sístoles y diástoles que nadie escucha. Y vendrá otro cabrón que te traicionará por treinta monedas de plata o por un piso en el extrarradio, qué más da. Arderán ciudades. Caerán torres con infinitas lenguas. Lapidarán al débil. Todos los que asistan al juicio arrojarán la primera piedra porque es más fácil arrepentirse del daño cometido que del daño que no conseguiste cometer, y en el beso que nos den por la espalda hallaremos encanto. Vale, y todo esto, ¿para qué? Para que todas las epopeyas acaben con un tipo crucificado, un borrón en el calendario y un par de ceros en la cuenta corriente.

¿Sabes qué ocurrirá entonces, Eva?

Que vendrán a ti, a culparte y a maldecirte. Y tú les recibirás con tu sonrisa de medio lado, tu boina calada y tus pantalones desgastados. Será en ese momento, al observar cómo se derrite tu escote fulminante, se deslizan tu cremalleras y se esfuman tus inseguridades, cuando te admiren, desnuda y solícita, para comprender que no es vergüenza lo que sienten sino deseo, pasión, lujuria, hambre. Olvidarán el provecho, amarán el daño. Y volverán las monedas de plata, las crucifixiones.

El día que estuvimos a punto de morir fue el mejor día de nuestras vidas. ¿Habría valido la pena pasar por esto sin el recuerdo de aquel mordisco?

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